viernes, 1 de febrero de 2013

El Cine y sus consecuencias...



Ayer fue un día extraño. El sol empezaba a salir cuando Nimsa, con su rigurosa puntualidad matinal, abrió los ojitos suavemente y su cuerpo empezó a desperezarse de la quietud que da un apacible sueño. Acto seguido me miró, sonrió, y así empezó nuestro día, como casi cada día.
Yo seguía constipada y algo baja de energía por la pesadez de la congestión. Por segunda vez no podríamos asistir a Cinebebés. A Nimsa poco le importaba con sus recién cumplidos 6 meses de edad pero yo no estaba tan indiferente. Ya hacia semanas que me ilusionaba pensando en ello, hacia tanto tiempo que no me sentaba en una mullida butaca azul oscuro con sus reposabrazos y esos enormes y hondos huecos en donde dejar bebidas tamaño gigante, que la idea de no ir otra vez me ponía más enferma.
Mientras realizaba la rutinaria tarea de cambiarle el pañal a Nimsa pensé ¿Y porqué no ir? ¿Se echó atrás Juana de arco el día de la batalla porque le bajó el período? ¿Acaso Lady Godiva no salió a defender sus derechos desnudita porque ese día había refrescado? Lo intentaríamos, aunque el resfriado me persistiera un tiempo más y tuviera la casa invadida de pañuelos usados. Miré el reloj, había poco tiempo, miré a Nimsa, ella parecía conforme y así me lo confirmó su preciosa y amplia sonrisa.
¡Lo intentaríamos! Vestí a Nimsa sin el intento de conjuntar, me arreglé en modo acelerado, y después de revisar todas las provisiones necesarias para un día fuera de casa (tarea muy reciente para una mujer-mamá primeriza, ya que como algunas sabréis, salir de casa con un bebé requiere de una mente atenta, precavida y de una serie de preguntas ineludibles y vitales como ¿le dará por hacer sus necesidades en una sola sentada y tendremos que cambiar todo el ajuar de ropa? ¿Cuántas capas textiles está preparado para llevar un bebé? ¿Me he pasado, o es demasiado poco? Y un tedioso etcétera….) y hacer todos los arreglos propios de una “madonna” de la casa, salimos de ella, Nimsa hermosa y bien arreglada y yo como venida de la edad de piedra, dirección a ¡la tierra prometida!
De camino a Ocimax en el coche la peque dormitaba en el asiento de atrás y yo ya respiraba pausadamente mientras escuchábamos un Cd precioso de nanas dedicado a mi hija. Parecía que todo iba rodado, que llegaríamos…. cuando de repente vi formarse frente a nosotras un obstáculo insalvable… la larga cola de coches parados llegaba hasta la rotonda de la entrada a Palma, y eso significaba mínimo 20 minutos parados y maldecir susurrando la situación, para luego comprender que la calma era la única amiga bienvenida en tal entuerto… Miré el reloj…. 11 y media… y entonces imaginé….
Un par de madres y amigas entraban en Ocimax y se encontraban en la antesala del cine; sonrientes se daban un abrazo y luego miraban el chiquitín de la otra aún más emocionadas y se decían “¡Que grande está! Como corre el tiempo, disfrútalo ahora, que luego pasa volando…”  Otras mamás y papás con sus niños iban llegando y entrando en la sala…. Todo estaba como debía estar una sala de proyección, las luces medio apagadas, el calor tibio de la calefacción puesta horas antes, ruido de palomitas crujiendo y sorbos entrecortados de refrescos helados… Todo el mundo se iba sentando bajando cada vez más el tono de voz, algunos apagaban el móvil, otros se sacaban las chaquetas y se recostaban en las butacas forradas en ante, relajados y expectantes porque estar en el cine es como estar en casa.
Por Eva Palou

Recordé entonces las largas horas que había pasado en el cine al largo de mi vida. Recuerdo Titanic, su triste final y las lágrimas que dejé en aquella sala repleta de llorones y silencio. O Hacia rutas salvajes, película que fui a ver tres veces al cine porque me prendé totalmente de ella, de esa pasión desbocada de su protagonista, un joven libre de espíritu que decide hacer del camino su vida. No hay nada comparado al cine, éste te absorbe, te hipnotiza, y ya no eres tu, sino un niño siciliano descubriendo la vida y la gran pantalla en Cine paraíso; o un peludito y simpático hobbit enamorado de la vida viajando por el ancho mundo ancestral…vives sus esperanzas, frustraciones, romances apasionados e inseguridades. Te persiguen pájaros, policías, maridos o criaturas fantásticas; te enamoras perdidamente como Dennie en Esplendor en la hierba, eres el chico de la moto en Rumble fish o un pequeño Macaulay Culkin en Solo en casa; y cuando de repente llega el fin, las luces se abren, y tu compañero te pregunta “ha estado bien, verdad?” deseas que no hubiera terminado aún, y vas percibiendo, a cada paso que te alejas del recinto, que ese pedacito de historia ha cambiado un poco tu mundo. Ya no eres el mismo de antes que entró inocente a pasar una tarde en el cine, sino que te das cuenta que contigo te llevas algo que no esperabas. Algo valioso que como un pequeño tesoro agradeces. Gracias al cine puedes experimentar el mundo de otra persona y comprender que a todos nos pasa más o menos lo mismo y te das cuenta que, aunque la realidad sea la medicina de cada día, todos seguimos soñando como la primera vez, alimentando esa realidad con nuestros más profundos e íntimos sueños. Nimsa y yo no llegamos a Cinebebés a tiempo, pero no me preocupa demasiado (¡a ella ni os cuento…!) porque en dos semanas habrá otro y lo intentaremos de nuevo.

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