Por Eva Palou
Ayer fue un
día extraño. El sol empezaba a salir cuando Nimsa, con su rigurosa puntualidad
matinal, abrió los ojitos suavemente y su cuerpo empezó a desperezarse de la
quietud que da un apacible sueño. Acto seguido me miró, sonrió, y así empezó
nuestro día, como casi cada día.
Yo seguía constipada
y algo baja de energía por la pesadez de la congestión. Por segunda vez no
podríamos asistir a Cinebebés. A Nimsa poco le importaba con sus recién
cumplidos 6 meses de edad pero yo no estaba tan indiferente. Ya hacia semanas
que me ilusionaba pensando en ello, hacia tanto tiempo que no me sentaba en una
mullida butaca azul oscuro con sus reposabrazos y esos enormes y hondos huecos
en donde dejar bebidas tamaño gigante, que la idea de no ir otra vez me ponía
más enferma.
Mientras
realizaba la rutinaria tarea de cambiarle el pañal a Nimsa pensé ¿Y porqué no
ir? ¿Se echó atrás Juana de arco el día de la batalla porque le bajó el
período? ¿Acaso Lady Godiva no salió a defender sus derechos desnudita porque
ese día había refrescado? Lo intentaríamos, aunque el resfriado me persistiera
un tiempo más y tuviera la casa invadida de pañuelos usados. Miré el reloj, había
poco tiempo, miré a Nimsa, ella parecía conforme y así me lo confirmó su
preciosa y amplia sonrisa.
¡Lo intentaríamos!
Vestí a Nimsa sin el intento de conjuntar, me arreglé en modo acelerado, y
después de revisar todas las provisiones necesarias para un día fuera de casa
(tarea muy reciente para una mujer-mamá primeriza, ya que como algunas sabréis,
salir de casa con un bebé requiere de una mente atenta, precavida y de una
serie de preguntas ineludibles y vitales como ¿le dará por hacer sus
necesidades en una sola sentada y tendremos que cambiar todo el ajuar de ropa?
¿Cuántas capas textiles está preparado para llevar un bebé? ¿Me he pasado, o es
demasiado poco? Y un tedioso etcétera….) y hacer todos los arreglos propios de
una “madonna” de la casa, salimos de ella, Nimsa hermosa y bien arreglada y yo
como venida de la edad de piedra, dirección a ¡la tierra prometida!
De camino a
Ocimax en el coche la peque dormitaba en el asiento de atrás y yo ya respiraba
pausadamente mientras escuchábamos un Cd precioso de nanas dedicado a mi hija. Parecía
que todo iba rodado, que llegaríamos…. cuando de repente vi formarse frente a
nosotras un obstáculo insalvable… la larga cola de coches parados llegaba hasta
la rotonda de la entrada a Palma, y eso significaba mínimo 20 minutos parados y
maldecir susurrando la situación, para luego comprender que la calma era la
única amiga bienvenida en tal entuerto… Miré el reloj…. 11 y media… y entonces
imaginé….
Un par de
madres y amigas entraban en Ocimax y se encontraban en la antesala del cine;
sonrientes se daban un abrazo y luego miraban el chiquitín de la otra aún más
emocionadas y se decían “¡Que grande está! Como corre el tiempo, disfrútalo
ahora, que luego pasa volando…” Otras
mamás y papás con sus niños iban llegando y entrando en la sala…. Todo estaba
como debía estar una sala de proyección, las luces medio apagadas, el calor tibio
de la calefacción puesta horas antes, ruido de palomitas crujiendo y sorbos
entrecortados de refrescos helados… Todo el mundo se iba sentando bajando cada
vez más el tono de voz, algunos apagaban el móvil, otros se sacaban las
chaquetas y se recostaban en las butacas forradas en ante, relajados y
expectantes porque estar en el cine es como estar en casa.
Por Eva Palou
Recordé entonces las largas horas que había
pasado en el cine al largo de mi vida. Recuerdo Titanic, su triste final y las
lágrimas que dejé en aquella sala repleta de llorones y silencio. O Hacia rutas
salvajes, película que fui a ver tres veces al cine porque me prendé totalmente
de ella, de esa pasión desbocada de su protagonista, un joven libre de espíritu
que decide hacer del camino su vida. No hay nada comparado al cine, éste te absorbe,
te hipnotiza, y ya no eres tu, sino un niño siciliano descubriendo la vida y la
gran pantalla en Cine paraíso; o un peludito y simpático hobbit enamorado de la
vida viajando por el ancho mundo ancestral…vives sus esperanzas, frustraciones,
romances apasionados e inseguridades. Te persiguen pájaros, policías, maridos o
criaturas fantásticas; te enamoras perdidamente como Dennie en Esplendor en la
hierba, eres el chico de la moto en Rumble fish o un pequeño Macaulay Culkin en
Solo en casa; y cuando de repente llega el fin, las luces se abren, y tu compañero
te pregunta “ha estado bien, verdad?” deseas que no hubiera terminado aún, y
vas percibiendo, a cada paso que te alejas del recinto, que ese pedacito de
historia ha cambiado un poco tu mundo. Ya no eres el mismo de antes que entró
inocente a pasar una tarde en el cine, sino que te das cuenta que contigo te
llevas algo que no esperabas. Algo valioso que como un pequeño tesoro agradeces.
Gracias al cine puedes experimentar el mundo de otra persona y comprender que a
todos nos pasa más o menos lo mismo y te das cuenta que, aunque la realidad sea
la medicina de cada día, todos seguimos soñando como la primera vez,
alimentando esa realidad con nuestros más profundos e íntimos sueños. Nimsa y
yo no llegamos a Cinebebés a tiempo, pero no me preocupa demasiado (¡a ella ni
os cuento…!) porque en dos semanas habrá otro y lo intentaremos de nuevo.
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